Autor:AXYZ DESIGN
Fecha:15-03-2022
AXYZ CONCEPTS
LUZ CENITAL
Una habitación no es una habitación sin luz natural. Luis kahn
Si ocupamos una tenebrosa cueva, podemos estar protegidos de la intemperie al calor de un fuego que nos permita cocinar y contarnos historias al terminar el día pero -sin luz natural- viviremos en una madriguera. Sin luz natural no hay arquitectura.
Si aparejamos las piedras de modo que entre ellas pueda pasar la luz, podremos usar el espacio interior durante buena parte de la jornada sin necesidad de recurrir al fuego y podremos atisbar qué sucede en el mundo exterior.
Una entrada de luz, incluso cuando no permite ver fuera -bien por estar hecha con materiales translúcidos (como una vidriera gótica o un ventanuco cerrado con alabastro en una iglesia románica) o bien porque su propia configuración oculta el exterior (como en algunas celosías o cuando vemos una serie de troneras en escorzo)- siempre nos permitirá intuir qué tiempo hace, disfrutar de la claridad del mediodía o asustarnos por el resplandor de una tormenta que se acerca.
El interior cambia con el paso de las horas y las estaciones; podemos empezar a disfrutar de gradientes de penumbra que pautan nuestras actividades u orientar un hueco hacia un punto significativo (una hermosa vista, una buena orientación, el lugar por dónde sale el sol en el equinoccio). La envolvente que nos separaba del exterior empieza a vibrar con la fuerza del sol y los elementos. La luz activa el espacio interior. Nace la arquitectura.
Si en vez de captar la luz horizontal o diagonal mediante perforaciones o intersticios en un muro dejamos que la luz vertical atraviese la cubierta, cambia algo más profundo que la dirección de la luz.
Cuando la entrada de luz cenital nos permite ver el cielo, lo que vemos es un recorte aislado de lo que sucede a ras de suelo: un cuadrado azul, o blanco, o plomizo, o un fragmento de nube. A diferencia de una ventana que nos relaciona con el entorno a ras de tierra -con el mundo terrenal-, un hueco en la cubierta nos hace sentir nuestra verticalidad, ese eje gravitatorio que nos atraviesa desde el centro de la tierra y nos vincula con el firmamento, con lo inconmensurable.
Cuando, en vez de dejar que entre por un hueco visible (un patio, un óculo, un lucernario plano), la canalizamos mediante lucernarios, linternas y cúpulas, la luz puede producir efectos casi mágicos. Podemos tener luz sin ver de dónde viene. Podemos hacer que se derrame por el espacio y parezca casi líquida, o que lo corte limpiamente con un haz cegador, o que forme una constelación de diminutas estrellas, o que lo tiña de ámbar o de sangre, o que vuelva ingrávido lo pesado.
Podemos incluso construir una cueva de luz.
SOBRE EL AUTOR
Iago López es un arquitecto español con más de 20 años de experiencia profesional tanto en España como en México. Inició su carrera profesional trabajando durante 6 años en dos firmas españolas de renombre: Carme Pinós y José Antonio Martínez Lapeña-Elías Torres (ambos ganadores del Premio Nacional de Arquitectura).
Tras ganar un concurso de diseño en 2004, inició una etapa de diez años como profesional independiente en los que diseñó y construyó dos edificios de vivienda pública (uno de los cuales recibió una mención de honor en los premios del Colegio de Arquitectos de Galicia); así como un gran complejo de oficinas gubernamentales, un restaurante y varias casas unifamiliares.
En mayo de 2014 llegó a México para participar durante dos años en la construcción de la Torre Sede BBVA-Bancomer. Actualmente trabaja como Director de Diseño en NMS Capital y tiene un fascinante blog sobre arquitectura y música llamado “Bailar sobre arquitectura”.